1886-1936
Todo verdadero conocimiento viene solamente de nuestro interior, en silenciosa comunicación con nuestra propia alma.
Nacido en Montseley, cerca de Birmingham – Inglaterra, el 24 de septiembre de 1886, desde la niñez se destacó por su amor a la naturaleza, por su carácter alegre, revelándose poco a poco como un ser compasivo, que no podía permanecer inmóvil ante el dolor de los demás. Ayudó a su familia durante tres años en la fábrica de latón que poseían, para cooperar así con la economía familiar antes de iniciar lo que era su mayor anhelo: los estudios de medicina.
Desde el colegio, soñaba con ayudar a enfermos, descubriendo un remedio que calmara el dolor; su sueño más repetido era el de un polvillo dorado que salía de sus manos y curaba a la gente. Este sueño se convirtió en el propósito de su vida, y con sus manos habría de preparar los remedios florales que se unifican, en un proceso alquímico, el agua y la luz solar, aliviando a cientos de seres de sus sufrimientos. Su sentido agudo de la observación le permitió ver, desde su trabajo en la fábrica, cómo los obreros reaccionaban de diferentes formas a las mismas enfermedades, variando el tiempo y el modo de recuperación de acuerdo con sus rasgos de carácter. Vio cómo la medicina tradicional no les daba una respuesta, y comenzó los estudios de medicina en la Universidad de Birmingham cuando tenía veinte años; su finalidad era investigar desde el conocimiento científico.
En 1912 obtuvo su diploma y pasó a Cambridge, donde se graduó en Salud Pública. Ese mismo año fue nombrado médico oficial del Hospital Universitario y a finales de este año, cirujano del Hospital Temperance. Puso su consulta en Harley Street, calle donde tenían sus consultorios los mejores médicos del momento.
Bach estaba decepcionado de los tratamientos convencionales que no mejoraban del todo a los pacientes. Ingresó como bacteriólogo en el Hospital Universitario, buscando en esta disciplina una respuesta a sus inquietudes.
Descubrió la radical importancia de las bacterias intestinales presentes en los enfermos crónicos, observando que su número era mucho mayor que en los sanos. Descubrió una vacuna que se inyectaba en el caudal sanguíneo de los pacientes con resultados espectaculares; sin embargo, las reacciones dolorosas que experimentaban, así como la inflamación que se producía, le llevó primero a variar la frecuencia de las dosis y luego, a seguir investigando.
Estas vacunas revolucionaron los tratamientos de la época y de la Escuela Homeopática. La salud de Edward Bach estaba débil y en 1914 ya no lo reclutaron para la guerra, pero quedó a cargo de cuatrocientas camas en el Hospital Universitario.
Entre 1915 y 1916 fue nombrado director de bacteriología en el Hospital Médico. Todo este tiempo estuvo sintiendo la llamada de la naturaleza, la necesidad del contacto con sus bosques y los ríos que tanto amaba, de la mágica tierra de Gales.
En julio de 1917 tuvo que ser operado con urgencia, pues padeció una grave hemorragia que hizo temer por su vida.
Edward estuvo inconsciente durante varios días y según citan textualmente sus biógrafos le diagnosticaron una grave enfermedad de difícil definición que se “removía” dentro de él. Sufrió indecibles dolores en una agonía que duró varios meses; pensando siempre que necesitaba más tiempo para vivir y ayudar a los que sufrían. Apenas pudo acudir al laboratorio del hospital siguió investigando, pues sus colegas le anunciaron que sólo le restaban tres meses de vida.
Decidió avanzar sus trabajos, ya que su tiempo parecía ser breve, pero la determinación, la entrega a los otros, la voluntad de seguir en la misión que era el propósito de su vida obraron el milagro de la recuperación. Bach estaba convencido de que no hay obstáculos cuando una persona manifiesta amor, interés y un propósito definitivo en la vida.
En 1918, durante una epidemia de “influenza”, inyectó a los soldados del ejército de Gran Bretaña una vacuna que él había inventado, salvando miles de vidas a estos soldados y a otros extranjeros.
Entre 1919 y 1922 prosigue sus estudios basándose en el tratado de homeopatía de Hahnemann, analizando las coincidencias entre este método y sus ideas de tratar al paciente y no a la enfermedad, viendo que son los síntomas mentales lo importante. Pasó a usar sus vacunas por vía oral.
Su celebridad como médico y su fama de calidad humana iban en aumento. Observaba a las personas que le rodeaban en comidas a las que era invitado, estableciendo tipos o familias por comportamientos exteriores, tales como la manera de hablar o moverse, pensando que entre ellos formaban grupos o categorías que responderían de igual forma ante los tratamientos para diversas enfermedades.
En septiembre de 1928 se decidió finalmente a viajar al país de Gales, buscando en la naturaleza que tanto amaba los remedios procedentes de los árboles y las plantas, pues intuía que encontraría similares condiciones de vibración que lo encontrado en sus vacunas. Buscó los remedios para los estados emocionales que le aquejaban, y encontró la impatiens y el mímulo, cerca de la ladera de una montaña. Más tarde halló la clematis, y los tres fueron acordes con su miedo, su prisa o sus sueños.
En febrero de 1930 publica su trabajo “El mundo homeopático” y algunos nuevos remedios y su utilización. Sabía que en plantas y árboles estaba la sustitución de los preparados de bacterias por unos nuevos remedios.
En este mismo año había tomado la decisión de dejar Londres y adentrarse en los bosques que siempre había añorado; para este hombre la naturaleza significaba mucho más de lo que podemos imaginar. Se despidió de sus amigos y fue descubriendo su gran sensibilidad para las plantas.
A los 43 años siguió por fin los dictados de su sabiduría interior y partió rejuvenecido y lleno de alegría, olvidando la maleta en la que llevaba sus útiles de laboratorio y cargando sólo con la ropa y zapatos que serían en realidad sus instrumentos para la tarea de investigación.
Así fue encontrando, según sus estados anímicos, las flores que curaban la desconfianza, el exceso de preocupación, el pánico, la duda, los celos, la inseguridad... Se dice de él que su sensibilidad enorme le permitía sentir las propiedades de los remedios al acercárselos a los labios; Bach consideraba la curación como un don divino y se entregó por entero, ayudado por contribuciones y regalos de amigos. Siempre encontraba lo suficiente y así descubrió los treinta y ocho remedios que obedecían a las pautas deseadas:
* no serían agresivos,
* el efecto sería amable y seguro,
* producirían la curación del cuerpo y de la mente
* no causarían dolor.
Con estas mismas connotaciones se seguiría también el proceso de elaboración. Con su mentalidad y formación científica estudió las especies vegetales del entorno, viendo su momento de floración, número de pétalos, terreno en el que crecían, colores, semillas, raíces, si crecían junto a las montañas, a los ríos...
Bach gustaba de leer las signaturas que Paracelso había desarrollado en el siglo XVI, elaborando así la ley de similitudes que vendría a acercar el plano de la forma a los planos del pensamiento, reunificando personalidad y alma. Las signaturas son los indicios puestos por la mente creadora en las formas de los vegetales, cuyos paralelismos han llevado a la aplicación terapéutica; de este modo la impatiens, cuyas semillas saltan al menor toque, curarían la prisa, la impaciencia.
Bach comprobó que las flores eran las partes de la planta con mayor energía vibracional, allí en la corola estarían contenidos los principios de mayor potencial curativo. El SOL actuaba como revitalizador y fuente de energía, así, paso a paso, llegó a completar el método de recolección del rocío sobre los pétalos de las flores, viendo la diferencia entre las que estaban al sol y las que crecían en la sombra.
Llegó al proceso de elaboración que se mantiene hasta nuestros días. Este método consistía en el almacenamiento de la energía de las corolas sobre un recipiente con agua cristalina, exponiéndolo al sol durante unas horas y conservando luego en pequeñas botellas este agua con brandy biológico. El motivo para utilizar el brandy era, en primer lugar, para preservar la pureza del preparado, habiendo elegido Bach este producto por ser la vid uno de los treinta y ocho remedios, manifestando así una afinidad vibracional con el conjunto.
El siguiente texto es un artículo extraído del libro del Doctor Bach
* que se llamó inicialmente “Sal a la luz del sol”
"Para entender la naturaleza de la enfermedad hay que conocer primero ciertas verdades fundamentales.
La primera de ellas es que el hombre tiene un Alma que es su ser real; un Ser Divino, Poderoso, Hijo del Creador de todas las cosas del cual el cuerpo, aunque templo terrenal de esa Alma, no es más que un diminuto reflejo: que nuestra Alma, nuestro Ser Divino que reside en y en torno a nosotros, nos da nuestras vidas como quiere Él que se ordenen y, siempre que nosotros lo permitamos, nos guía, protege y anima, vigilante y bondadoso, para llevarnos siempre a lo mejor; que Él nuestro Ser Superior al ser una chispa del Todopoderoso, es por tanto invencible e inmortal.
El segundo principio es que nosotros, tal y como nos conocemos en el mundo, somos personalidades que estamos aquí para obtener todo el conocimiento y experiencia que pueda lograrse en nuestra existencia terrena, para desarrollar las virtudes que nos falten y para borrar de nosotros todo lo malo que haya, avanzando de ese modo hacía el perfeccionamiento de nuestras naturalezas. El Alma sabe qué entorno y qué circunstancias nos permitirán lograrlo mejor, y por tanto nos sitúa en esa rama de la vida más apropiada para nuestra meta.
En tercer lugar, tenemos que darnos cuenta de que nuestro breve paso por la Tierra, que conocemos como vida, no es más que un momento en el curso de nuestra evolución, como un día de colegio lo es para toda una vida, y aunque por el momento sólo entendamos y veamos ese único día, nuestra intuición nos dice que nuestro nacimiento estaba infinitamente lejos de nuestro principio y que nuestra muerte está infinitamente lejos de nuestro final.
Nuestras almas, que son nuestro auténtico ser, son inmortales, y los cuerpos de que tenemos conciencia son temporales, meramente como caballos que nos llevaran de viaje o instrumentos que utilizaremos para hacer un trabajo dado.
Sigue entonces un cuarto principio, que mientras nuestra Alma y nuestra personalidad estén en buena armonía, todo es paz, alegría, felicidad y salud. Cuando nuestras personalidades se desvían del camino trazado por nuestra alma, o bien por nuestros deseos mundanos o la persuasión de otros, surge el conflicto. Este conflicto es la raíz, causa de enfermedad y de la infelicidad. No importa cual sea nuestro trabajo en el mundo, limpiabotas o monarca, terrateniente o campesino, rico o pobre, mientras hagamos ese trabajo en particular según los dictados del alma todo esta bien; y podemos además descansar seguros de que cualquiera que sea la posición en la que nos encontremos, arriba o abajo, contiene esta posición las lecciones y experiencias necesarias para ese momento de nuestra evolución, y nos proporcionara las mayores ventajas para el desarrollo de nuestro ser..."
Sus momentos finales
La exposición física que había decidido que consistía en vivenciar cada remedio en su persona lo dejaban más de una vez exhausto y debilitado. Las personas que lo acompañaban fueron testigos del enorme esfuerzo requerido por semejante dedicación. El grupo estaba formado por Nora Week, que acabó siendo la base de la continuidad de su trabajo, Víctor Bullen y el Dr. Wheeler.
A comienzos del año 1936, el 8 de enero, escribe su última carta a la “Junta Médica General” dirigida al Señor Presidente, en que manifiesta que:
“…Habiendo recibido la notificación de la Junta referida al trabajo con asistentes no calificados, corresponde que le informe que estoy trabajando con varios y continuaré haciéndolo.
Como ya le he informado anteriormente a la Junta Médica, considero que es el deber y el privilegio de todo médico el enseñar a los enfermos y a otros cómo curarse.
Dejo completamente librado a su discreción los medios a adoptar. Y habiendo comprobado que las flores del campo son tan simples de usar y tan maravillosamente eficaces en sus poderes curativos, hice abandono de la Medicina Ortodoxa.
El 21 de mayo del mismo año escribió un pensamiento filosófico en oposición al pensamiento materialista de la época. Dijo al respecto:
“…Todo verdadero conocimiento viene solamente de nuestro interior, en silenciosa comunicación con nuestra propia Alma. Las doctrinas y la civilización nos han despojado del silencio, nos han robado la conciencia de que nosotros sabemos todo lo que sucede dentro de nosotros mismos. Se nos ha llevado a pensar que son otros los que nos deben enseñar y nuestro propio Ser espiritual ha quedado sumergido.
La bellota, llevada a cientos de millas de distancia de su árbol madre, sabe sin que nadie se lo enseñe, como convertirse en un perfecto roble. El pez en el mar y en los ríos pone sus huevos y se aleja nadando. Lo mismo sucede con la rana, la serpiente pone sus huevos en la arena y sigue su camino y sin embargo dentro de la bellota y de los huevos de pez, de rana y de serpiente, esta la sabiduría necesaria para que los que nacen lleguen a ser tan perfectos como sus padres.
Las jóvenes golondrinas no se pierden en su ruta hacia los cuarteles de invierno, a cientos de millas de distancia, mientras sus padres siguen ocupados con la segunda prole. Tenemos mucha necesidad de volver a creer que dentro de nosotros esta toda la verdad. De recordar que no necesitamos ningún consejo, ninguna enseñanza excepto la de adentro. Cristo nos enseñó que los lirios del campo, sin trajes ni peinados, están mejor vestidos que Salomón en toda su Gloria. Y Buda nos enseñó que todos estaríamos en el camino de nuestra realización personal el día que nos libráramos de sacerdotes y de libros…”
El 24 de septiembre, día de su último cumpleaños, pronunció una conferencia acerca de la finalización y difusión de su trabajo, en el seno de la Logia masónica de Wallingford. Realizó una minuciosa descripción de los remedios, su utilización, sus virtudes, eficacia y alcance, e insistió en que lo importante es que se alivia al paciente de las perturbaciones que padece.
El 26 de octubre realizó un llamado a sus colegas, en el cual manifestó lo siguiente:
“…Después de muchos años de investigación he descubierto que ciertas plantas tienen la mas maravillosas propiedades curativas y que, con la ayuda de las mismas, un gran número de casos que mediante tratamientos ortodoxos solo podíamos paliar, ahora son curables.
Es más, una enfermedad que se avecina puede tratarse y evitarse en esta etapa en la que la gente dice “quizás seria conveniente llamar a un doctor”.
Pero cuando ganemos la confianza de aquellos que nos rodean y podamos convencerlos de que hay que atajar a la enfermedad en sus primerísimo estadios y además, cuando podamos explicarles que en los casos mas obstinados y crónicos es mejor perseverar con el tratamiento, nuestra obra se ampliará considerablemente. Porque tendremos un ejercito de personas a nuestras puertas, días, semanas o meses antes de lo que vendrían para curar su enfermedad y en segundo lugar, ya no llegaran a nosotros los Casos crónicos solo para aliviar sus dolores o molestias sino también para que sigamos la atención de dichos casos, con la esperanza de obtener su curación.
Las hierbas mencionadas pueden usarse conjuntamente con cualquier tratamiento ortodoxo, o agregarse a cualquier receta y aceleraran a que el tratamiento de todo tipo de casos, sean agudos o crónicos, resulte un éxito.
En este tiempo que vivimos la medicina ortodoxa no consigue vencer una proporción de las enfermedades de este país y ya es tiempo de ganar nuevamente la confianza de la gente y justificar nuestra noble vocación.
Las flores son fáciles de entender para todo estudiante de la naturaleza humana y una de sus propiedades es que pueden ayudarnos a evitar que una enfermedad orgánica se instale cuando el paciente esta en ese estado funcional que tan a menudo precede a las dolencias agudas o crónicas.”
El mismo día 26 de octubre escribe a sus colegas de Mount Vernon, Wallingford y Berks:
“Queridos amigos, seria maravilloso formar una pequeña fraternidad sin rango ni oficio, no muy grande y en nada inferior a la otra, que se dedicara a los siguientes principios.
1. Que nos ha sido revelado un sistema de curación que no se conocía en la historia de los hombres, ya que, con la simplicidad de los remedios florales podemos anunciar con seguridad, con absoluta seguridad, el poder de vencer a la enfermedad.
2. Que nunca criticaremos ni condenaremos los pensamientos, las opiniones ni las ideas de los otros, recordando siempre que todos los hombres son hijos de Dios, que cada uno de ellos lucha a su manera por encontrar la gloria de su Padre.
3. Que salimos, como caballeros antiguos, a destruir el dragón del miedo, sabiendo que quizá nunca digamos una palabra de desaliento, sino que podemos llevarles esperanza, y más que nada, certeza, a aquellos que sufren.
4. Que nunca nos conmoverán el aplauso o el éxito que podamos encontrar en nuestra misión, sabiendo que no somos más que mensajeros del Gran Poder.
5. Que cuanta mayor confianza ganemos de aquellos que nos rodean, proclamaremos que creemos ser los agentes divinos enviados a socorrerlos en su necesidad.
6. Que a medida que se mejoren, anunciaremos que las flores del campo que los están curando son el regalo de la naturaleza, es decir el regalo de Dios, y así los traeremos de vuelta a la creencia en el amor, la misericordia, y la tierna compasión, y al Poder Todopoderoso del Ser Superior.”
El mismo día le escribe a Víctor Bullen:
“Querido Vic. Creo que has visto todas las fases de esta obra. Podemos agradecer éste último episodio del doctor Max Wolf. Es una prueba del valor de nuestra obra, cuando los agentes materiales se levantan para distorsionarla, porque la distorsión es un arma mucho mayor que el intento de destrucción.
La humanidad pidió el libre arbitrio y Dios se lo otorgó, por lo tanto el hombre siempre debe tener una opción. En cuanto un maestro da su obra al mundo debe surgir una versión distorsionada de la misma. Esto le ha sucedido tanto a los más humildes como nosotros, que hemos dedicado nuestro servicio al bien de nuestros semejantes, como al más elevado de todos, a la divinidad de Cristo.
La distorsión debe surgir para que las personas puedan elegir entre el oro y la escoria. Nuestra obra adhiere a la simplicidad y pureza de este método de curación y cuando sea necesaria una nueva edición de Los Doce Curadores, debemos ampliar la introducción, para destacar con firmeza la ausencia de efectos dañinos, la simplicidad y los milagrosos poderes curativos de los remedios, que se nos han mostrado a nosotros a través de una fuente que es mayor que nuestro entendimiento.
Ahora siento, querido hermano, que encuentres cada vez mas necesario entrar en un silencio temporal, tú tienes en tus manos toda la situación y puedes manejar todos los asuntos conectados con los pacientes o con la administración de esta obra de curación, sabiendo que a personas como nosotros, que desean la gloria del auto sacrificio, la gloria de ayudar a nuestros hermanos, una vez que nos ha sido dada una joya de tal magnitud, nada nos puede desviar de nuestro sendero de amor y obligación para exhibir su lustre, pureza y sencillez a las personas de todo el mundo.”
Última carta a su equipo de trabajo y a Max Wolf
Hay momentos como este en que espero una invitación a algo que no sé muy bien.
Pero si todas las llamadas llegaran en un instante, me gustaría ir con vosotros, vosotros tres, para llevar la magnífica obra que hemos iniciado. Una obra que puede escamotear al mal todos sus poderes, la obra que puede hacer libres a los hombres.
Esto, que he intentado escribir debería ser agregado a la nueva edición de Los doce curadores.”
Edward Bach escribió Los doce Curadores y otros Remedios. Expuso en términos de simple comprensión los 38 estados mentales anímicos-emocionales.
Decidió dirigirse al dr. Max Wolf, miembro conspicuo de la masonería inglesa, quien lo enfrentó y del que temía una posible distorsión de la obra:
Miradas encontradas
Desde la medicina convencional no se discute el carácter no agresivo de esta práctica, pero en la misma medida en la que se le niega cualquier valor terapéutico fuera del efecto placebo. Dos estudios científicos orientados a verificar su utilidad encontraron que ésta no es mayor que la de un placebo.
Por otro lado, existe bibliografía con estudios que defienden la efectividad de la llamada “medicina vibracional” o «medicina energética», en cuya categoría entrarían los remedios florales del Dr. Bach.
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